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Poética
Imposible parece y nos lo advierte empero la experiencia, que más dura de mármol insensible una figura que su autor, presa en breve de la muerte.
Más que la causa es el efecto fuerte, por el arte es vencida la natura: lo sé yo a quien da gloria la escultura, y ya me acerco a la vejez inerte.
Tal vez a ti y a mí dar larga vida puedo con el cincel o los colores, adunando mi amor y tu semblante.
Y mil años después de la partida, se verán tus hechizos vencedores, y cuánta razón tuve en ser tu amante.
Miguel Ángel


UNO APRENDE
Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma.
Y uno aprende
que el amor no significa acostarse
y una compañía no significa seguridad.
Y uno empieza a aprender...
Que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas.
Y uno empieza a aceptar sus derrotas
con la cabeza alta y los ojos abiertos.
Y uno aprende a construir
todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana
es demasiado inseguro para planes...
Y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.
Y después de un tiempo
uno aprende que si es demasiado,
hasta el calorcito del sol quema.
Así es que uno planta su propio jardín
y decora su propia alma,
en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar,
que uno realmente es fuerte,
que uno realmente vale,
uno aprende y aprende...
Y con cada día uno aprende...

CANTARES
¡Ay! ¡Ay! Más cerca de mí te siento cuando más huyo de ti, pues tu imagen es en mí, es en mí, sombra de mi pensamiento, sombra de mi pensamiento. ¡Ay! Vuélvemelo a decir, vuélvemelo a decir pues embelesado ayer te escuchaba sin oír y te miraba sin ver, y te miraba sin ver. ¡Ay! |
Ramón de Campoamor |
Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un velero bergantín. Bajel pirata que llaman, por su bravura, El Temido, en todo mar conocido, del uno al otro confín.
La luna en el mar riela, en la lona gime el viento, y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Istambul:
«Navega, velero mío, sin temor, que ni enemigo navío ni tormenta, ni bonanza tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor.
Veinte presas hemos hecho a despecho del inglés, y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies.»
Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.
«Allá muevan feroz guerra, ciegos reyes por un palmo más de tierra; que yo aquí tengo por mío cuanto abarca el mar bravío, a quien nadie impuso leyes.
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Y no hay playa, sea cualquiera, ni bandera de esplendor, que no sienta mi derecho y dé pecho a mi valor.»
Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.
A la voz de «¡barco viene!» es de ver como vira y se previene, a todo trapo a escapar; que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer.
En las presas yo divido lo cogido por igual; sólo quiero por riqueza la belleza sin rival.
Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte! Yo me río; no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, colgaré de alguna entena, quizá en su propio navío.
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Y si caigo, ¿qué es la vida? Por perdida ya la di, cuando el yugo del esclavo, como un bravo, sacudí.
Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.
Son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones.
Y del trueno al son violento, y del viento al rebramar, yo me duermo sosegado, arrullado por el mar.
Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.
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El lagarto está llorando. La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer su anillo de desposados.
¡Ay, su anillito de plomo, ay, su anillito plomado!
Un cielo grande y sin gente monta en su globo a los pájaros.
El sol, capitán redondo, lleva un chaleco de raso.
¡Miradlos qué viejos son! ¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay cómo lloran y lloran, ¡ay!, ¡ ay!, cómo están llorando!

El sol se llama Lorenzo y la luna Catalina. Catalina anda de noche y Lorenzo anda de día.
Enamorose Lorenzo de la blanca Catalina y le pidió una mañana si con él se casaría.
Fue muy sonada la boda de Lorenzo y Catalina: ¡qué hermosa estaba la novia con su manto de estrellitas!


La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro, y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales. Parlanchina, la dueña dice cosas banales, y vestido de rojo piruetea el bufón. La princesa no ríe, la princesa no siente; la princesa persigue por el cielo de Oriente la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China, o en el que ha detenido su carroza argentina para ver de sus ojos la dulzura de luz? ¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes, o en el que es soberano de los claros diamantes, o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, tener alas ligeras, bajo el cielo volar; ir al sol por la escala luminosa de un rayo, saludar a los lirios con los versos de mayo o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata, ni los cisnes unánimes en el lago de azur. Y están tristes las flores por la flor de la corte, los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte, de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules! Está presa en sus oros, está presa en sus tules, en la jaula de mármol del palacio real; el palacio soberbio que vigilan los guardas, que custodian cien negros con sus cien alabardas, un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! (La princesa está triste, la princesa está pálida) ¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! ¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe, —la princesa está pálida, la princesa está triste—, más brillante que el alba, más hermoso que abril!
—"Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—; en caballo, con alas, hacia acá se encamina, en el cinto la espada y en la mano el azor, el feliz caballero que te adora sin verte, y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, a encenderte los labios con un beso de amor".
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